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jueves, 8 de junio de 2017

Reflexiones urbanas... Autor: Arq. Roberto Segre

Reflexiones urbanas...
Autor: Arq. Roberto Segre 


LA CIUDAD
La ciudad jubilosa, toda en flores. Pronto terminará: una moda, una fase, la época, vida. La dulzura y el terror de la disolución final. Que caigan las primeras bombas sin demora. Czeslaw Milosz (Premio Nobel de Literatura, 1995)

LA ESPIRAL DE LA HISTORIA
En el XIX Congreso de la UIA celebrado en Barcelona el pasado mes de julio (1996), dedicado al tema “Presente y futuros. Arquitectura de las ciudades”, asistieron masivamente casi diez mil profesionales y estudiantes de arquitectura. Agotados los fuegos artificiales de las estrellas internacionales - Peter Eisenman, Norman Foster, Jean Nouvel, Zaha Hadid, Rem Koolhaas, Dominique Perrault, Tadao Ando, César Pelli, Rafael Moneo, Frank Gehry y otros -; culminados con éxito los insaciables deseos de las multitudes juveniles de poseer el mágico grafismo de los ungidos por las medias, ocurrió al cierre del evento un hecho inusitado. Rechazando los satánicos devaneos de las infinitas imágenes arquitectónicas, surgió la voz de la conciencia. Al final de su exposición, el diseñador austríaco Wolf Prix - miembro del grupo Coop Himmelblau -, en vez de reafirmar ilusiones utópicas y percepciones virtuales; en lugar de exaltar la indiscutida capacidad de genios y talentos forjadores de inéditas formas y espacios, proyectó la diapositiva de un muro de La Habana con la consigna Venceremos, claro cuestionamiento a tantas megaestructuras, tantas fragmentaciones, tantas irrealidades. La “Mano Abierta” lecorbusierana de la solidaridad resurgió del olvido. De repente, la frívola fiesta animada por los divos del Olimpo urbano apagó sus destellos ante el llamado a la cordura. Dos maestros de la “vieja guardia” modernista - el hindú Charles Correa y el inglés Ralph Erskine -, denunciaron el escaso contenido social de la presente arquitectura, al decir este último: “Pierdo confianza en esta profesión. No debemos seguir más el juego de los ricos. Tenemos que comprometernos con las necesidades reales de las personas.
[Conferencia pronunciada en el IV Seminário “História da Cidade e do Urbanismo”, Palácio Gustavo Capanema, Río de Janeiro, 27/29 de noviembre de 1996, PROURB/FAU/UFRJ. Este ensayo forma parte de las investigaciones realizadas sobre el desarrollo urbano contemporáneo dentro del proyecto “Los sistemas simbólicos de la ciudad Latinoamericana”, llevadas a cabo en el PROURB con el apoyo del CNPq. (Conselho Nacional de Pesquisa, Brasília). ¡Arquitectos, implicaos en el destino de la humanidad! “(1).]
Hace treinta y tres años esa misma tensión dominó el VII Congreso de la UIA celebrado en La Habana en 1963, cuyo tema era “la arquitectura en los países en vias de desarrollo”. Evento cuestionado y combatido por los poderosos del mundo - eufemismo de Estados Unidos -, al coincidir con la reciente instauración del sistema socialista en Cuba, logró reunir por primera vez en la historia de estos encuentros profesionales, un número considerable de diseñadores y constructores del llamado “Tercer Mundo”. Cónclave más ideológico y político que arquitectónico, en él, la pasión de los jóvenes resultó abonada por las palabras esperanzadoras del discurso a los estudiantes de arquitectura pronunciado por Ernesto Che Guevara - entonces Ministro de Industrias -, y la clausura del congreso realizada por Fidel Castro, quienes afirmaron que las técnicas avanzadas y los logros estéticos debían estar al servicio de las mayorías desposeídas de los países subdesarrollados. Fernando Salinas, relator general del encuentro (2), demostró que aún había espacio para las ilusiones de un futuro mejor, al decir “cambiese al hombre y con él cambiará la arquitectura”. A pesar de la reciente construcción del muro de Berlín (1961), se estaba saliendo de la etapa dura del estalinismo en la URSS con las reformas de Krushov; la guerra frontal en Corea entre capitalismo y socialismo había quedado atrás sin intuirse el inminente desgarramiento de Viet Nam. No se vaticinaban los negros nubarrones de las dictaduras en América Latina, y el Papa Juan XXIII demostraba la apertura espiritual de la Iglesia con las Encíclicas Mater et Magistra y Pacem in Terris, haciendo un llamamiento a la paz y la concordia en el mundo. Las contradicciones - reales o imaginadas -, del sistema socialista no impedían que constituyera un punto de referencia válido a las aspiraciones de justicia social y solidaridad humana.
Si bien desde casi una década, con la formación del Team X (3) había entrado en crisis la ortodoxia racionalista del CIAM, aún se consideraba posible el control de la forma urbana y la construcción de grandes conjuntos de vivienda social por parte del Estado “benefactor”. En aquel congreso no se repartieron autógrafos entre los estudiantes, más atentos a las formulaciones programáticas y conceptuales de algunos maestros presentes - entre ellos Georges Candilis, Giancarlo de Carlo, Franco Albini, Vittoriano Viganó, João Vilanova Artigas -, que a inciertos descubrimientos formales. Primaron los arquitectos “anónimos” de Asia, Africa, América Latina y de los países socialistas, que intercambiaron experiencias en la construcción de barrios y unidades vecinales en las afueras de la ciudad, solución considerada entonces idónea y positiva. No se exhibieron edificios espectaculares ni trascendentales innovaciones tecnológicas. Las tesis sustentadas por Salinas de “hacer más con menos” (4) y de asociar las transformaciones políticas y económicas del llamado Tercer Mundo con las intervenciones urbanas y arquitectónicas, constituían algunos de los principios rectores formulados en el encuentro habanero. Los ejemplos de Cuba, Viet Nam, Corea, Argelia, URSS, China, Bulgaria, Polonia y otros países con gobiernos progresistas, demostraban que el Venceremos no era una consigna hueca ni una proclama demagógica. La fe en este camino perduró hasta el Hábitat I de Vancouver, organizado por las Naciones Unidas en 1976, último intento de glorificación de las intervenciones estatales centralizadas - el “orden lejano” de H. Lefebvre - en la planificación urbana.
Resulta innecesario describir la inesperada sucesión de acontecimientos políticos, sociales y económicos ocurridos en el mundo en las tres últimas décadas, que acabaron con gran parte de los ideales y esperanzas formulados en la inmediata segunda postguerra. En realidad, entró en crisis el siglo, quizás uno de los más cortos de la historia: según los estudiosos, iniciado en 1914 (algunos afirman que en 1917 (5)) y terminado abruptamente en 1989, con el derrumbe del muro de Berlín (6). Peter L. Berger estableció cuatro hechos básicos que cambiaron el curso “lineal” de la hegemónica cultura occidental: 1) la revolución cultural del 68 que cuestionó el sistema capitalista desde adentro; 2) el ascenso económico del Japón y de los países del sudeste asiático; 3) la crisis de la secularización de la sociedad con el surgimiento de expansivos movimientos religiosos; 4) el colapso del mundo socialista (7). Cabe agregar la globalización de la economía capitalista “neoliberal” y el surgimiento de un mundo unipolar regido por los Estados Unidos de Norteamérica. Lo que nos atañe directamente es el vínculo entre los grandes cambios históricos y la significación simbólica de la arquitectura y la ciudad como representación física de espacio y tiempo. Ello ocurrió con la civilización clásica, interrumpida cuando los visigodos saquean Roma (455) y al caer Constantinopla en manos de los turcos, marcando el fin de la Edad Media (1453). A su vez, la época contemporánea tuvo dos hitos fundamentales: la toma de la Bastilla en París (1789) y el asalto al palacio de Invierno en San Petesburgo (1917). Finalmente, nuestro siglo se desmorona al desaparecer el muro de Berlín (1989).
El muro - elemento prístino del orígen de la arquitectura -, adquiere con la modernidad un doble significado: el sentido de límite protector, excluyente, y a la vez símbolo de la destrucción, de la ruina como atributo, no ya histórico de la ciudad, sino de la violencia que hoy predomina en la cultura urbana. Son las imágenes de Hanoi, Beyruth, Sarajevo, Grozny, Mostar o Los Angeles (8) que muestran las paredes desnudas, desgarradas, baleadas, testimonios silenciosos de tantos sufimientos, muertes y huídas. El muro, en sus inicios surgió como línea divisoria segregante de estructuras sociales antagónicas: los nómades mongoles rechazados por los agricultores sedentarios del imperio chino al construir la Gran Muralla; los burgueses urbanos, protegiendo sus derechos frente a los siervos rurales. En nuestro siglo el muro de Berlín constituyó no sólo la ruptura del diálogo entre el mundo socialista y el capitalista, sino el signo de la gran barricada al pensamiento dialéctico, la contradicción, en la era “telemática”, entre la barrera física a los cuerpos y la imposibilidad de frenar ideas e imágenes (9).En realidad, era una metáfora, una abstracción, ya que no separaba pueblos entre sí - en ambos lados estaban los mismos alemanes - ni civilizaciones antagónicas, sino sistemas políticos divergentes y aún no maduros en su lucha por la subsistencia (10). Más que por la picota de los albañiles, el muro de las mentes fue derribado por las pantallas de televisión. Al desaparecer, acabaron los intentos de circunscribir el ámbito urbano con formas geométricas regulares, persistentes desde la ancestral Babilonia. De ahora en adelante primarán las separaciones virtuales que distanciarán entre sí culturas y grupos sociales: barreras electrónicas, cámaras de TV, tarjetas magnéticas. Sólo Estados Unidos intentará erigir una nueva “muralla” - ahora metálica en vez de piedra -, que impida a los inmigrantes mexicanos cruzar el río Bravo. La agresividad de las rugosas y ajadas paredes de hormigón, los hierros retorcidos y corroídos, perdurarán como testimonios de una nueva estética urbana basada en una analogía biológica, no ya de los cuerpos sanos y atléticos de los habitantes de la Ville Radieuse de Le Corbusier, sino de enfermedades y epidemias como el Sida, el cáncer, las drogas, los homeless, expresivos de la actual presencia de los “otros” en el espacio corporativo de las grandes metrópolis (11).
La antítesis entre el universo constructivo de los cincuenta y el destructivo de los noventa, está representada con claridad en las imágenes cinematográficas. Desde los años veinte - Metrópolis de Fritz Lang -, la ciudad persiste o aparece en paralelo con los hechos y pasiones humanas: adquieren un valor emblemático El Manantial de King Vidor , Los paraguas de Cheburgo de Michel Legrand o Play Time de Jacques Tati. El arquitecto “demiurgo” controla y planifica un entorno cotidiano que genera felicidad, angustia o sorpresa. En los años ochenta, la coherencia y uniformidad del paisaje modernista se desintegra: el hechicero “imaginador” - término empleado por Walt Disney -, es substituído por el manager. La ciudad armónica y continua, representación al mismo tiempo de historia y utopía, queda pulverizada por las nuevas fuerzas económicas y tecnológicas. En el campo de batalla de la metrópoli (12) priman las relucientes torres símbolo del poder, y el universo circundante en ruinas producto de una sociedad que diluyó los clásicos papeles de buenos y malos: la salvación está en los obscuros subterráneos o en otros mundos distantes. Ello ocurre en Blade Runner de Ridley Scott, en Brazil y la reciente Los siete monitos de Terry Gilliam; en la violencia de El Juez o de Total Recall personificados por Silvestre Stallone y Arnold Schwarzenegger (13). Es el cambio de santo en el altar, señalado por el actor y crítico cinematográfico carioca José Wilker. La cultura de la contemplación y la introspección que admiraba el ascetismo y la paciencia de San Simeón Estilita inmóvil sobre la columna, es sustituída por la cultura de la acción destructiva que surge de la educación por el terror dominante en la época actual cuya efigie ya no es el lánguido San Juan Bautista flechado, sino los musculosos cuerpos desnudos de los héroes del celuloide surcados de falsas heridas (14).
Sin embargo, las comunidades metropolitanas se niegan a abandonar las urbes; resisten las amenazas de un destino apocalíptico y ansían vivenciar lúdricamente el espacio simbólico citadino más allá del espectáculo consumista (15). Todavía subsiste la voluntad de participar en actos políticos o culturales multitudinarios como los realizados en Berlín a comienzos de los años noventa - el concierto de los Pink Floyd frente al muro -; la celebración del bicentenario de la Revolución francesa en París con Jean Michel Jarré en los Campos Elíseos; el pueblo volcado en las calles de Río de Janeiro exigiendo el empeachement del presidente Collor o festejando el nuevo año en el reveillon de la playa de Copacabana; la marcha del millón de negros en el Mall de Washington congregados por Louis Farrakhan. El deseo de huir de la ciudad es más una ilusión escapista de teóricos nihilistas que una realidad concreta: el mundo urbano “artificial” cada día más sustituye al “paraíso perdido” del universo natural.
La crítica al congreso de Barcelona provenía del excesivo énfasis en los aspectos formales - o informales -, de las nuevas estructuras de la ciudad ordenadas a partir de las siguientes categorías: mutaciones, habitación, flujos, containers y terrenos baldíos (16). El predomino de los megaedificios; de hipotéticos limites virtuales suburbanos (Steven Hall); de gigantescas terminales aéreas y marítimas en Asia y densos centros de negocios en Shangai o Hong Kong (Toyo Ito, Richard Rogers, Maximiliano Fuksas, Dominique Perrault), dejaba poco espacio para las realizaciones de los países en vias de desarrollo y en particular América Latina (17). No es casual que ningún arquitecto o estudiante de la región - con excepción de la alumna puertorriqueña Yazmín Crespo -, obtuviera premio alguno en los diferentes concursos llevados a cabo, dominados por los profesionales del llamado “Primer Mundo”. Es válido entonces el llamamiento de Luis Fernández Galiano, denunciando la incompatibilidad del “sentir con los menos” en lugar de “hablar con los más” (18). La reacción de Wolf Prix, es la demostración que al cabo de tres décadas, la espiral del desarrollo dialéctico de la historia sustentado por el marxismo - quizás no el viejo, sino el postmoderno, parafraseando a Frederic Jameson (19) - ha vuelto a dar sentido a la palabra Venceremos. De allí que después de visitar La Habana y realizar una experiencia proyectual, los protagonistas de la vanguardia actual - Coop Himmelblau, Morphosis, Peter Noever, Eric Owen Moss, Carme Pinós, Lebbeus Woods y otros (20) -, fueron motivados a la búsqueda de una articulación entre las invenciones formales y espaciales y la realidad objetiva, social y económica, concientes que “estos proyectos contemporáneos mantienen un silencio sobre cuestiones específicas como poder, clase, género, sexualidad y lo específico del sujeto en la sociedad actual”(21). La idea de generar un urbanismo “insurgente” implica el compromiso con la vitalidad y las complejas circunstancias actuales (22). El diseñador “mago-músico” debe asumir el carácter polifónico de la ciudad, actuar en la turbulencia de la vida (23) y crear los espacios comunitarios del deseo en esta época de utopías extinguidas (24).
Las perspectivas sombrías del fin de milenio centraron la atención en la presente década sobre los problemas futuros de la humanidad para no hipotecar definitivamente las condiciones de vida de las próximas generaciones. El debate restringido a la forma de edificios y ciudades resultaba inoperante frente a la dimensión del deterioro del ambiente, el agujero negro en la capa de ozono, la desrtificación de las tierras cultivables, la carencia creciente de agua potable, la hambruna de 800 millones de habitantes del planeta y la desocupación de un billón (OIT, 1996) en los cinco continentes. Según el Banco Mundial, la población de las ciudades del llamado Tercer Mundo crecen a un ritmo de 65 millones anuales. Para albergar un total que en el 2025 será en un 80 % urbana, serán necesarias en cuarenta años, mil ciudades de tres millones cada una y buscar soluciones para los 130 mil núcleos de asentamientos precarios que existen en el “Sur” (25). Este es un desafío real que escapa a la imaginación y a los actuales instrumentos políticos y económicos existentes, incapaces de hacerle frente. De allí que desde 1992 con la EcoRío para la preservación del ambiente, se suceden las reuniones internacionales organizadas por las Naciones Unidas: en Viena (1993) sobre los Derechos del Hombre; en El Cairo (1994) sobre Población y Desarrollo; en Copenhaguen (1995) sobre Desarrollo Social; en Pekín (1995) la Cumbre de las Mujeres; en Estambul (1996) el Habitat II y en Roma (1996), la Cumbre de la Alimentación. A un mes de diferencia, en Estambul y en Barcelona se plantearon cuestiones muy diferentes entre sí: por un lado, los actores “sociales”; por otro los actores “formales”. Se enfrentaron los dos extremos de la pirámide: en un caso, cómo movilizar las bases populares, sus agentes políticos y administrativos que deben actuar en la configuración de la ciudad; en el otro, se exaltaban las obras impulsadas por empresarios y promotores situados en el vértice, depositarios de los recursos millonarios del gran capital. Identificaban la materialización de dos derechos antagónicos: el derecho a la vivienda mínima; el derecho a la torre máxima. El dilema es encontrar la articulación entre las antípodas; buscar el camino de la coexistencia - pacífica o violenta? - entre las múltiples alternativas que hoy perfilan, no ya la ciudad - supuestamente fenecida -, sino la configuración del “reino de lo urbano” (26).

LA CRISIS DE LA UTOPÍA MODERNISTA
En las visiones críticas de la arquitectura y el urbanismo del reciente pasado, las condenas al Movimiento Moderno - Robert Venturi, Charles Jencks, Paolo Portoghesi, Peter Blake, Philip Johnson, Robert Stern y otros - fueron atenuadas en los ensayos de Kenneth Frampton, Alexander Tzonis, Liane Lefaivre y Josep María Montaner (27), más orientados hacia la búsqueda de la continuidad de las sucesivas corrientes que en la exacerbación de las rupturas. Si nos remontamos a los orígenes de la construcción de la modernidad, verificamos que la mayor parte de las premisas esenciales continúan vigentes a pesar de los cambios radicales materializados en esta segunda mitad del siglo: la dimensión incontrolada de la megalópolis, la expansiva agresividad de los sistemas circulatorios, la complejidad y diversificación de las estructuras formales y funcionales de la centralidad y la presencia creciente de los pobres en las estructuras urbanas de los países periféricos.
Los modelos de referencia que perduraron a escala de ciudad son los siguientes: a) la organización de un “orden” racional y democrático que, remontándose a la cuadrícula hipodámica - aplicada tanto en Europa como en las Américas -, facilite la libre disposición del hábitat y las actividades sociales: la propuesta de Ildefonso Cerdá para Barcelona (1859); b) su dispersión sobre el territorio en la Ciudad Lineal de Soria y Mata (1884-1920); c) la imagen de un sistema funcional especializado de escala restringida: el proyecto de Ciudad Industrial de Tony Garnier (1901/4); d) el planteamiento del moderno edificio de apartamentos entre medianeras: la casa de la rue Franklin en París de Augusto Perret (1902/5); e) la dimensión metropolitana y las tipologías habitacionales (torres-láminas-viviendas pareadas) propuestas por Le Corbusier en la “Ciudad de Tres Millones de Habitantes” (1923). En contraposición a esta secuencia, tenemos el modelo suburbanizador de Ebenezer Howard, formulado en Garden Cities of Tomorrow (1902), base de los conjuntos residenciales en el universo anglosajón, actualizado a escala del continente americano por el proyecto de Broadacre City de F. L. Wright (1932). Desde entonces, las variantes llevadas a cabo en el siglo están referidas a estos puntos de partida.
No cabe aqui hacer un resumen de la historia del urbanismo moderno, pero es necesario enfatizar el valor social y estético que tuvieron las experiencias progresistas realizadas a partir de los años veinte, en este momento de desorientación que vivimos, más propicio a satanizar el Movimiento Moderno que a reconocer sus inobjetables aportes. Pese a las críticas dirigidas contra el Bauhaus - ya es un lugar común sostener que era una escuela para formar mediocres - y al CIAM - que cobijaban tanto el esteticismo despolitizado de Ludwig Mies van der Rohe como el estalinismo comprometido de Hannes Meyer -, fué en el caldo de cultivo de la “frágil república de Weimar” (Giulio Carlo Argan), que se gestó la base técnico-científica de la vivienda moderna. No existe apartamento, cocina, baño, ventana o artefacto de iluminación, cuya funcionalidad o eficiencia no estuviese referida al Neufert o a las normas distributivas, dimensionales, de ventilación y asoleamiento elaboradas por la vanguardia europea. Ningún arquitecto contemporáneo dedicó tanto tiempo de su vida a estudiar las infinitas variaciones y posibilidades de la vivienda mínima - para convertirla en una expresión estética y funcional máxima -, como lo hizo Le Corbusier. A pesar del medio siglo transcurrido desde la construcción de la Unité en Marsella (1947), resulta difícil encontrar un edificio reciente de apartamentos que posea la diversidad de soluciones planimétrica y la calidad de espacios de este paradigma ineludible del vivir colectivo.
Tampoco es verídica la tesis de la negación del tejido urbano promovida por el racionalismo europeo y el carácter anónimo de los conjuntos habitacionales realizados en el entreguerras. Si nos remontamos al antecedente de los barrios populares de la Escuela de Amsterdam o a los Hof de Viena “roja”, descubrimos en obras “municipales” - o sea, no diseñadas por arquitectos “vedettes”-, un cuidado en el vínculo de las nuevas expansiones con la trama de la ciudad; un diseño diversificado de los bloques residenciales; una atención al mobiliario urbano y a los espacios verdes que nada tienen que envidiar a la vivienda burguesa de la ciudad tradicional. Experiencia continuada en las urbanizaciones de los treinta en Alemania y Holanda. Los barrios de Siemenstadt y Zehlendorf en Berlín (1926/32) con el tratamiento textural y cromático realizado por Bruno Taut y el refinamiento de escala y proporciones alcanzado en el Kiefhoek de Rotterdam (1925/30), obra de J.J.P. Oud, demuestran como la vanguardia racionalista nunca negó el valor de las preexistencias ambientales. Luego, en la segunda postguerra, la creación de ciudades nuevas articuló la tipología de las viviendas colectivas con el esquema distributivo de la Ciudad Jardín: planteamiento iniciado en Estados Unidos después de la Crisis del 29 - las Greenbelts cerca de Washington -, maduró en las New Towns inglesas y en las ciudades satélites escandinavas. Harlow, Farsta y Vallingby, integraron armónicamente el diseño urbano al ámbito rural (28).
A partir de la década del ochenta tanto en Europa como en Estados Unidos, el gigantismo de los conjuntos habitacionales periféricos en un caso, y la extensión infinita de la suburbia, centraron la atención de los diseñadores sobre la escala y particularidad de la residencia. Surge un movimiento de inserción de los nuevos edificios en la ciudad tradicional o la creación de estructuras analógicas en los márgenes urbanos. La obra de mayor envergadura y ejemplaridad es el IBA de Berlín, de excesivo costo - justificado por su carácter publicitario y político -, pero cantera experimental de innumerables ensayos de diseño realizados por algunos arquitectos de renombre internacional: Aldo Rossi, Rob Krier, Oriol Bohigas, Vittorio Gregotti, Arata Isozaki, Alvaro Siza, Peter Eisenman, Oswald Mathias Ungers y otros (29). En Holanda, Francia y España, también aparecen conjuntos de escala reducida en los cuales se recupera la calle, el parque y la calidad del espacio público: la remodelación de Bercy en París; las unidades diseñadas por Emilio Donato en Barcelona y los bloques del barrio Pino Montano en Sevilla, constituyen ejemplos relevantes (30). En Norteamérica, el rechazo al anonimato de las Levittowns por parte de los yuppies adinerados promovió el diseño de comunidades socialmente segregadas, cuyas dimensiones y funciones recuerdan tanto la Ciudad Industrial como la Ciudad Jardín. En Miami, Andrés Duany y Elisabeth Plater-Zyberk crean una tipología de viviendas individuales diversificadas, remontándose a las tradiciones vernáculas (31); en California, Peter Calthorpe intenta regenerar el suburbio (32); en Texas, los profesionales de alto nivel técnico se refugian en un espacio natural segregado: The Woodlands en los bordes de Houston (33) y el pintoresco pueblo neomexicano de la IBM - Solana - diseñado por Ricardo Legorreta, próximo al aeropuerto Dallas-Forth Worth (34). Hasta Disney aspira fundar una comunidad ideal: en Orlando se está construyendo el asentamiento Celebration, con la participación de Aldo Rossi, César Pelli y Philip Johnson, que en vez de las imágenes futuristas de la ciudad EPCOT, rescata los “estilos típicos” norteamericanos.
Este recuento de ejemplos válidos - aunque socialmente restringidos -,demuesta que los ideales del Movimiento Moderno no fenecieron en su intento de lograr la armonía fragmentaria del entorno. Sin embargo, se trata aún de una realidad de ensueño; modelos inalcanzables para la mayoría de los habitantes del “Tercer Mundo”, y seguramente también del “Primero”. A pesar de los esfuerzos por lograr minimizar los costos de producción de la vivienda - la esperanza de Le Corbusier de hacer casas como automóviles, luego reiterada por Buckminster Fuller -, ésta sigue constituyendo un producto fuera del alcance de los trabajadores de baja renta. Si bien los estados financiaron masivamente grandes conjuntos en la segunda postguerra - tanto en el capitalismo como en los países socialistas -, las empresas industriales nunca asumieron este problema como objetivo esencial, debido a los intereses profesionales y economicos que constantemente lastraron el tema habitacional. La posibilidad de utilizar la alta tecnología - estructuras y materiales ligeros que abarataran los costos - no se hizo realidad; sólo avanzó la prefabricación pesada de paneles de hormigón, con relativa eficiencia en los países desarrollados y escasa en los subdesarrollados. Un ejemplo latinoamericano es Cuba, país que aspiraba a eliminar el trabajo artesanal y el uso de los materiales tradicionales con la instalación de plantas industriales, luego paralizadas con la crisis económica y energética producida por el derrumbe del Este europeo (35).
Seria injusto no reconocer que a partir de la segunda postguerra hasta la década del setenta se construyeron en el mundo más viviendas que en toda la historia precedente. Millones de personas mejoraron su nivel de vida, tuvieron acceso a servicios, se integraron en la modernidad de la vida urbana. Sin embargo, la infinita extensión de los barrios “dormitorio”en la periferia no logró mantener los valores culturales humanistas existentes en la ciudad tradicional. La necesidad de edificar aprisa, la utilización de tecnologías rígidas, la primacía de ingenieros y constructores sobre los arquitectos, las presiones de intereses económicos y políticos, malograron gran parte de las iniciativas. En la Europa socialista, el esquematismo de las soluciones estatales centralizadas, la repetición ad infinitum de estructuras funcionales abstractas y genéricas, la aplicación de concepciones estéticas monumentalistas y triunfalistas, malograron los ideales positivos y progresistas del sistema político. Al final, la pesadilla resultó la misma en Sarcelles y en Eisenhûttenstadt (36). Contra ella se desató la crítica del postmodernismo y el intento de rescatar las aspiraciones de identificación formal y espacial de los residentes. Los resultados generaron otros tormentos ambientales, quizás más agobiantes que la anomia: las inexplicables fantasías compositivas y decorativas de Ricardo Bofill o Manuel Núñez en Marne-la-Vallée, en las afueras de París.
El balance de casi un siglo de proyectos y obras, en el intento de construir la modernidad, demuestra la vigencia de bloques y torres urbanas, así cómo de las viviendas individuales de la Ciudad Jardín, en sus múltiples versiones formales externas, exhaustivamente enumeradas por Charles Jencks (37): racionalismo, regionalismo, populismo, vernacular, postmoderno, deconstructivismo, high tech, minimalismo, etc.. A pesar de esta constancia, algunas soluciones anónimas o elaboradas por arquitectos de prestigio, en múltiples casos culminaron en el fracaso y en la posterior demolición. Ello evidencia que existe otra variable más allá del diseño que persistentemente resultó marginada en la elaboración de los conjuntos: la particularidad individual y social de los usuarios. O sea, es imposible disociar las estructuras arquitectónicas de las tradiciones, cultura, hábitos y costumbres de las personas que las utilizarán. Quedó demostrado que las buenas soluciones proyectuales resultan incompatibles con la precariedad de recursos, carencia de trabajo, escasa educación y la persistencia de todas las lacras inherentes a la pobreza. Estas contradicciones inhiben la supervivencia de los conjuntos residenciales, aún los más logrados estética o funcionalmente: de allí que tuviera que demolerse en St. Louis el barrio Pruitt-Igoe de Minoru Yamasaki (1972), premio de arquitectura de la AIA, o fueran vandalizadas algunas Unité de Le Corbusier, como en Firminy o en Brieil-en -Forêt. Las deficiencias de Park Hill en Sheffield, de Thamesmead en Londres, de Cumbernauld o de Toulouse-le-Mirail no resultaron inherentes a su diseño, sino a la ininteligibilidad de las estructuras formales y funcionales de los conjuntos por parte de usuarios pertenecientes a otras culturas o portadores de diferentes sistemas de valores: por ejemplo, los emigrantes africanos o asiáticos, obligados a vivir dentro de concepciones figurativas versallescas “occidentales” en las afueras de París.
En este sentido, a pesar de que el Movimiento Moderno elaboró un repertorio funcional y estético de la vivienda vinculado con las necesidades del proletariado europeo, la situación en los noventa con el incremento acelerado de la población marginal y de los pobres en el mundo, los excluyó de la ciudad “formal” restringiendo las soluciones canónicas del hábitat a los estratos sociales de medios y altos ingresos. Wright y Le Corbusier no se sentirían ajenos a las altas torres de los emergentes integradas al paisaje natural de la costa en la Barra de Tijuca (Río de Janeiro), con los directivos bancarios llegando a sus apartamentos en helicóptero, como ellos imaginaron en la “Ciudad de Tres Millones de Habitantes” o en Broadacre City. Quizás serían defraudados por la mala calidad de su arquitectura y por el introvertido atrincheramiento de los condominios, factores totalmente opuestos a los valores culturales y sociales que ellos defendieron a lo largo de sus vidas.

LA URBE DESPEDAZADA
Los cambios vertiginosos acaecidos en la presente mitad del siglo - la hegemonía económica de las empresas mundiales; el predominio de las estructuras administrativas y financieras; las redes computarizadas de comunicación; la expansión del “tiempo libre” pasivo frente a las pantallas de TV y videos; la desterritorización de la producción; la concentración puntual del consumo; la aceleración del transporte individual y de masas; el incremento de las megalópolis en los países del “Sur” extraeuropeo y la crisis de los grandes ciclos del pensamiento filosófico surgidos del Iluminismo -, decretaron, según la historiadora francesa Françoise Choay, la muerte de la ciudad tradicional. O por lo menos, impusieron nuevos paradigmas y sistemas de valores cuestionadores de los principios urbanos de la civilización occidental - el orden, la racionalidad, la regularidad cartesiana, la coherencia, la unidad, el equilibrio, la continuidad - iniciados en la cultura clásica con Hipodamo de Mileto y culminados en la Ville Radieuse de Le Corbusier (38).
La irrupción del automóvil dentro de la ciudad; la tipología dominante del edificio alto de oficinas y la dispersión del hábitat, la producción y el consumo, constituyen algunos de los factores de mayor incidencia en la desintegración del tejido histórico. Hasta la década del cincuenta, la función administrativa no entró en conflicto con la trama homogénea. Desde la Escuela de Chicago hasta el Rockefeller Center en Nueva York, la búsqueda de un equilibrio entre edificaciones disímiles constituía un objetivo a alcanzar. En Europa, se interpretó la torre de oficinas como nuevo símbolo solitario, sumado a los anteriores de la iglesia o el capitolio. Recordemos la “torre de Cristal”de Mies van der Rohe para el centro de Berlín (1921), o la torre Velazca de BBPR (1950) próxima a la catedral de Milán. Los siete edificios altos distribuídos en Moscú por Stalin también creaban hitos simbólicos aislados dentro de la ciudad. Al multiplicarse los gigantes de acero, surgieron dos alternativas: una planteada por Le Corbusier en los rascacielos “cartesianos” que establecía un nuevo orden formal y espacial integrador del conjunto de edificios altos (39). Otra, basada en la acumulación de torres diferenciadas y antagónicas sobre la isla de Manhattan, expresión según Koolhaas, de la libertad creadora individual y de la subjetividad “surrealista” que preanuncian la actual fantasía de lo irracional como componente estética dominante (40). Sin embargo, en ambas soluciones, existía un trazado unificador del centro de la ciudad; abierto en La Ville Radieuse y cerrado en Nueva York.
Al dispersarse en el territorio las tradicionales funciones metropolitanas o capitalinas hace crisis la unidad de la forma urbana. Industrias, emporios comerciales y centros de producción quedan localizados libremente en diferentes regiones del planeta. Primero fue la diáspora en Estados Unidos. Los Angeles, Atlanta, Houston, Dallas-Fort Worth, establecieron la alternativa al manhattanismo, creando las NAC (New American Cities) (41). Los adomercidos centros históricos del downtown fueron renovados por las refulgentes torres aisladas en la horizontalidad del paisaje natural suburbano poblado de pequeñas viviendas y gigantes centros comerciales, surgidos en el falso boom economico de los ochenta durante el gobierno de Reagan (42). Aqui también aparecen los rascacielos - por ejemplo la torre Transco de Philip Johnson, próxima a The Galleria en Houston -, en los polos de la edge city (43), señales verticales sobresalientes en la maraña horizontal de las autopistas. Los Angeles y Houston constituyen los modelos urbanos de la libre economía de mercado fluye ajena a los mecanismos estatales de control (44). El hecho fundamental es la pérdida de la socialidad en el espacio tradicional del centro, poblado más de automóviles que de peatones. Las relaciones interpersonales acontecen en los shoppings, que albergan funciones culturales y de servicios, y en sitios especializados para grupos sociales restringidos, gentrificados. La ciudad como artefacto unitario desaparece, sólo coexisten fragmentos difusos de actividades urbanas similares sobre el territorio - el diseño del jumpcut cinematográfico (Richard Ingersoll) -, cuyos nexos responden a la lógica de la globalización: se reiteran a escala planetaria idénticos hoteles, cines, restaurantes, boutiques, aeropuertos y terminales marítimas o terrestres. Son los non-lieux de la “sobremodernidad”, gigantescos contenedores anónimos que albergan los infinitos flujos de personas, mercancías, imágenes de la dinámica económica y social contemporánea (45). Es la metrópolis “bio-vehicular, electro-comercial, socio-electrónica y opto-ocular en constante movimiento” (46), cuyos habitantes están más vinculados entre sí por la Internet que por los contactos corporales. Según las revistas Newsweek y Time, en Estados Unidos, cincuenta millones de personas participan del sistema de compras por computer; doce millones son suscriptores de la cadena de televisión Time-Warner-Cable: para bien o para mal, la Technopolis ya está aquí (47).
El modelo norteamericano, florecido en la “tierra de nadie” - o en la “ecología del diablo”, según Mike Davis (48) -, es aplicado fragmentariamente en otras latitudes. En Europa, las torres quedan al margen de la ciudad tradicional: en La Défense de París y en el Centro Direccional de Nápoles, la fría geometría de las agujas de cristal resultan ajenas a la calidez aún conservada en los espacios de la centralidad. Esta es cuestionada en el vacío “socialista” de la Alexanderplatz de Berlín que se poblará de torres, generando debates acalorados sobre la vigencia o no de la integración entre rascacielos y tejido tradicional (49). El ejemplo actual más significativo es Euralille, tranquila ciudad de origen medieval que aún conserva las viejas murallas defensivas, convertida en un piranesiano nudo circulatorio y aislados megaedificios, punto de encuentro del TGV y el Eurotúnel, que la coloca a una hora de distancia de Londres, París y Bruselas. El gigantismo de los contenedores funcionales (bigness) , expresión de la relación arquitectura-economía global, responde a un proceso que Fernández-Galiano define como megamorphosis. Los espacios urbanos son destripados y reducidos a una ecuación de transporte e imagen (50). Ello es consecuencia de la previsión de un flujo de 50/60 millones de personas, según Rem Koolhaas (51), que hará de este enclave un command center a nivel mundial. La interpretación más original del modelo ocurre en las ciudades de los “tigres asiáticos”. En pocos años, centros urbanos cuyos nombres nunca aparecieron en las historias occidentales del urbanismo - la referencia habitual era Tokyo -, constituyen los laboratorios del futuro metropolitano: Hong Kong, Shangai, Kuala Lampur, Seúl, Jakarta, Bangkok, Singapur, Shenzhen.
Aqui se aplican todas las categorías utilizadas para contraponer la postmodernidad a la modernidad: horizontalidad, diferencia, flexibilidad, apariencia, subjetividad, discontinuidad, disociación, desconexión, complementariedad, solape, superposición, fricción, contraste, simulación, virtualidad, inexistencia, rizoma, fractalidad, caos, multipolaridad (52). Ciudades milenarias, ajenas a los valores culturales de occidente, son penetradas, violadas, invadidas por los emblemas del sistema económico neoliberal. Por una parte, las torres más altas del mundo - las gemelas Petronas de César Pelli en Kuala Lampur, al costo de 1.2 billones de dólares -; por otra, el frenesí productivo de millones de asiáticos, con los salarios más bajos de la industria capitalista. Al lado de los gigantes de acero, las chozas de madera y paja. Ni la cerrada China comunista logra resistir contraponiendo una imagen alternativa identificadora de la asimilación “socialista” de los símbolos corporativos de las trasnacionales: en quince años, tres millones de habitantes se instalaron en Shenzhen - un pequeño pueblo de frontera que dejó atrás el milagro de Brasilia -, y erigieron los rascacielos del International Trade Center, regido por el Diwang Plaza de 68 plantas (53). Paralelamente a marchas triunfales, consignas políticas, estatuas gigantes de Mao y el sol glorioso amaneciendo sobre el Yan-Tse; las luces de neón de los signos publicitarios y la omnipresencia de Coca-Cola y MacDonald’s demuestran la dureza del proceso irreversible que nos toca vivir.
Aparece entonces según Rem Koolhaas (54), un nuevo modelo, la Generic City anunciada para el siglo XXI, imagen de una idea del progreso asociado con el placer del “orgasmo en vez de la agonía”. Localizada en Asia, de carácter multirracial, es la expresión de la libertad total de intervención, cambio y funcionalidad. Es la apoteosis de las múltiples elecciones donde no predominará ningún estilo arquitectónico, bajo el imperio del free-style. Es una especie de sketch que nunca alcanza su forma definitiva, como los merzbau de Kurt Schwitter. Nada existe que no sea necesario, nada es estático y permanente. Sólo un framento del pasado queda reducido a un barrio - el lipservice (la historia como servicio) -, casi un Disneyworld “real”. Tradición e identidad desaparecen de la problemática metropolitana: se trata de una post-city que sustituye la ex-city. Queda negada la tesis de Nazim Hikmet: “Hay dos cosas que uno sólo olvida con la muerte: el rostro de su madre y el rostro de su ciudad”. Ante estos vaticinios se justifica plenamente el pesimismo de Umberto Eco, Norberto Bobbio, Félix Guattari y Jean Baudrillard sobre el futuro del hombre, la libertad, la solidaridad, el amor y el bienestar de los “más” (55).

AMÉRICA LATINA: REALIDAD Y ESPERANZAS
Puede resultar extemporáneo en un seminario sobre historia urbana en Iberoamérica, hacer un largo recuento de lo ocurrido en otras tierras. Sin embargo, es imposible evaluar nuestra modernidad si no conocemos la de los otros, especialmente aquella identificada con modelos que pretenden imponernos. A pesar de tanta universalidad y globalización de las comunicaciones, la cultura y los mecanismos economicos, aún conservamos algunos rasgos distintivos dentro del universo “Sur”: ni tenemos más de la mitad de la población bajo el límite de la pobreza como Africa; ni millones de personas huyen despavoridos de sus tierras natales como en Bosnia o Chechenia; ni se incubaron exitosos y opulentos “tigres” productivos - quizás Chile esté en camino de ello -, a la espera de encontrar nuestra propia definición en las estructuras socio-económicas del inmediato futuro: “el vuelo del cóndor, el delfín herido, el jaguar cautivo o el fénix renaciente”(56). Por el contrario, fuimos capaces de construir la única capital del mundo - Brasilia -, acorde con los postulados del Movimiento Moderno, que sin obviar defectos y contradicciones, es reconocida internacionalmente como la representación de una nueva estética metropolitana, más allá de individuales logros de autónomos edificios aislados.
Ello no es un hecho casual, a pesar de místicas recurrencias a cruces y deidades para justificar el trazado de Lucio Costa (57). En el continente existe una tradición urbana que se remonta a las primitivas civilizaciones, fundadoras de asentamientos estables y centros ceremoniales. La llegada de españoles y portugueses no invalidó esta experiencia, sino que la integró a la propia en la definición de los nuevos núcleos residenciales. Quizás peque de chauvinismo el afirmar que la cuadrícula en América estaba difundida antes de la aplicación de las Leyes de Indias, pero sobre ella, local o importada, se gestó el “semillero de ciudades” (Jorge Enrique Hardoy) (58), unificador de las trazas surgidas desde California hasta la Patagonia. Esta constante resulta un elemento esencial en la experiencia del ambiente construído: al orden, la coherencia y sistematicidad definen consciente o inconscientemente la vida cotidiana de blancos y negros, indios y mulatos, chinos e italianos, ricos y pobres, tanto en Pachuca como en Quito; en La Quiaca o en Buenos Aires. ? Acaso postmodernidad y globalización pueden anular esta herencia material arraigada en el seno de la tierra ? ? El caos, la fragmentación y el desorden, serían capaces de sustituir un rastro ancestral que ha conformado por siglos nuestra adecuación al sitio, al paisaje y al entorno ?.
Podría objetarse esta tesis, al verificar que la cuadrícula también existía en Norteamérica y sin embargo, las actuales tendencias de urbanización lograron borrarla y desaparecerla como elemento estructurante. Aqui está la diferencia entre nuestro mundo cultural católico y barroco y el frío ascetismo economicista de la ética protestante (59). En el primer caso, la teatralidad de la vida pública constituye un factor definitorio de la cotidianidad urbana; en el segundo, el predominio de lo individual sobre lo colectivo le resta total significación a los espacios ceremoniales, a las vivencias de símbolos y monumentos. Por lo tanto nuestra cuadrícula, aunque infinita, no es amorfa e imprecisa: plazas e iglesias; mercados y cabildos, calles y palacios, quedan apretados en la centralidad, convertida en el eje ineludible e inolvidable de la estructura urbana. ? Ha podido sustituírse la plaza del Zócalo en México ?.?Ha sido encontrado en Buenos Aires otro espacio político-ideológico más pregnante que la Plaza de Mayo ?.? A pesar de cirujías y alteraciones, no continúa ejerciendo su atractivo la Plaza XV de Río de Janeiro ?. Ello significa que los espacios tradicionales de la ciudad, ni son destruíbles, ni intercambiables, como ocurrió en Houston, Atlanta o Los Angeles. La tesis de Koolhaas sobre el carácter restrictivo y limitante de la tradición y la identidad, no es válida en América Latina, sino que por el contrario resulta impulsora de la fruición estética de la ciudad. ?Quién no posee grabado en su interior, las experiencias inéditas de pausas y recorridos: la diferencia de caminar por la playa de Copacabana, la rambla de Montevideo, el malecón de La Habana o la Costanera de Buenos Aires ?. ? Quién puede olvidar los elevadores que remontan los cerros de Valparaíso; la blancura de la plaza de San Francisco en Quito o la culta frondosidad del Bosque de Chapultepec en Ciudad México ?.
El surgimiento de ciudades mundiales en esta segunda mitad de siglo - San Pablo, Buenos Aires, Ciudad México y Río de Janeiro - y la aplicación indiscriminada de modelos externos - la “houstonización” de Caracas, la “suburbanización” de Santiago de Chile -, debilitó la expresión del carácter propio de cada urbe. El surgimiento de los rascacielos en el centro, la libertad casi absoluta de la especulación edilicia y la construcción masiva de viviendas sin calidad de diseño para los estratos altos y medios, la primacía de los centros comerciales suburbanos y la irrupción de la pobreza en el centro y en la periferia, son rasgos comunes a todas ellas. Sin embargo, en el continente y en el Caribe subsisten cientos de ciudades medias y pequeñas, en las cuales la modernización no ha logrado destruir la herencia histórica. En esto ha jugado un papel esencial la estructura particular del sistema urbano latinoamericano, diferente al de otras regiones del “Sur”: la existencia, entre centro y periferia, del barrio, célula cohesionadora de grupos sociales disímiles, elemento de costura del hábitat urbano. ? Cuál es su particularidad ? La reproducción a pequeña escala, de las funciones simbólicas de la centralidad y su unidad formal y espacial. La radicación de grupos sociales de diferente poder adquisitivo o de origen migratorio, define el lenguaje y la tipología de la vivienda, conformando un tejido que se desarrolla alrededor de la plaza barrial, donde se ubica la iglesia parroquial, el mercado y alguna función administrativa municipal. Con el crecimiento incontrolado de las últimas décadas y el uso de esquemas urbanos abiertos con escasos servicios sociales, esta estructura ha desaparecido en la extendida anomia reciente, pero sigue constituyendo un elemento fuerte en la identificación social de la ciudad. Además, ha constituido un factor importante de expresión cultural: en Buenos Aires, tangos y equipos de futbol identifican la personalidad de los barrios; en Río de Janeiro las Escola de Samba; las “charangas” carnavalescas en los pequeños pueblos cubanos. Tampoco en el ámbito de la precariedad - callampas, villas miseria o favelas -, debe subvalorarse el sentido de identidad entre pobladores y espacio urbano, cuyo reconocimiento abarca la marcación de un territorio a partir de la música o del tráfico de drogas.
A lo largo del siglo XX, la política urbana modernizadora de las élites latinoamericanas ha sido dirigida hacia la homogeinización de las formas y espacios, acordes a los modelos externos y a los estilos de vida de los estratos adinerados. En múltiples casos, la herencia colonial resultó despreciada y eliminada, sustituída por el orden haussmaniano de los códigos clásicos. Luego, las diversas fases del Movimiento Moderno resultaron aplicadas en centro y periferia. Hoy asistimos a la lucha entre los movimientos progresistas - sociales y profesionales -, que intentan salvar el valor social del tejido sin negar los cambios requeridos por la modernización. Intentos precarios frente a los intereses del gran capital internacional y de los especuladores inmobiliarios, decididos a sacrificarlo todo - hasta la ética y la moral -en aras del beneficio economico. Son las fuerzas que imponen la privatización indiscriminada del espacio urbano, los edificios de oficinas “inteligentes” en el centro - en un medio de dudosa eficiencia -; los gigantescos shoppings introvertidos y los condominios cerrados en las exclusivas periferias. Constituye un nefasto camino hacia el aislamiento y la segregación de los grupos sociales emergentes, creando una sumatoria de islas independientes entre sí en antítesis con la idea de Collage City de Colin Rowe. Se trata sólo de un fenómeno reciente que demuestra el desconocimiento por parte de la clase dirigente de su propia trayectoria cultural aplicada desde el poder político: a pesar del intento de sustituir el “subdesarrollado” pasado colonial en las transformaciones urbanas de inicios de siglo, tanto el eclecticismo como la Primera Modernidad no quebraron la continuidad del tejido citadino ni la coherencia del vocabulario formal como factores esenciales entre la articulación entre lo nuevo y lo viejo. En las ciudades “nuevas” - La Plata y Belo Horizonte -, y en las tradicionales, el respeto a los diversos niveles de socialidad urbana aparece en los planes de Agache, Bouvard, Forestier y Rotival para Río de Janeiro, Buenos Aires, La Habana y Caracas; está presente en la tipología de los edificios de apartamentos, tanto Déco como racionalistas, cultos y populares, en la mayoría de las capitales latinoamericanas (60).
El problema planteado no implica rechazar los términos de la modernidad - la Internet, el cyberespace o la virtualidad -, sino adecuarlos a la particularidad e idionsicracia de los pueblos de América, defender dentro de la globalización la identidad de nuestra cultura y tradiciones. Esperemos que la Generic City de Koolhaas nunca adquiera realidad en estas tierras. La necesaria resistencia proviene de la composición social que caracterizó la historia del hemisferio desde la llegada de españoles y portugueses. Los fenómenos de mestizaje, transculturación y sincretismo (61), establecieron una dinámica interactiva entre blancos, indígenas, negros y luego italianos, polacos, chinos y japoneses, inexistente en otras partes del planeta. O sea, en vez de una sociedad cerrada y excluyente de sectas y tribus antagónicas, la formación de una mentalidad abierta y creadora, característica identificada por Darcy Ribeiro con los “pueblos nuevos” (62). El hecho de considerar el Brasil la Atlántida del futuro, no es una declaración de obtuso nacionalismo, sino el convencimiento que la mixegenización racial y social de este continente debe florecer en el futuro próximo (63). La articulación entre las manifestaciones cultas y populares surge de una constante alimentación recíproca y no de una antítesis, como ocurre en Africa y Asia. De allí el uso del término de “hibridación” por Nestor García Canclini (64), para definir este fenómeno de mestizaje cultural interclasista, que posee un carácter democrático, renovador y expansivo. No resulta por lo tanto una boutade de Félix Guattari, el afirmar que no está lejano el día en que las industrias informáticas y telemáticas de San Pablo se instalarán en las favelas de la ciudad (65).
Este Seminario que ha profundizado exhaustivamente sobre el origen y desarrollo de la ciudad de colonización española y portuguesa, y debatido sobre los múltiples caminos de la modernidad urbana latinoamericana, se encuentra reunido en el símbolo de la renovación arquitectónica del continente: el Ministerio de Educación y Salud, diseñado por el equipo encabezado por Lúcio Costa, con la participación de Le Corbusier. A pesar del más de medio siglo transcurrido desde su inauguración, permanece como el monumento inigualable de la síntesis entre las innovaciones de la vanguardia europea y la intepretación local de los jóvenes diseñadores brasileros. Constituye un ejemplo de inserción urbana en el espacio central, contraponiendo las formas geométricas puras a la complejidad barroca de la cercana iglesia de Santa Luzía y cuya desmaterialización volumétrica es capaz de generar un espacio público y democrático de uso comunitario. Su ejemplaridad pionera se concatena con todas las experiencias positivas que en las décadas recientes, intentaron y lograron dar forma a la ciudad latinoamericana. Desde aqui también nosotros podemos reafirmar la consigna Venceremos, bajo cuyo estandarte se cobijan las fuerzas progresistas políticas así como la acción de diseñadores y urbanistas.
Es la continuidad establecida por un sinnumero de experiencias imposible de enumerar, en el intento de urdir, bordar, suturar la ciudad formal e informal, el espacio de ricos y pobres, el centro y la periferia (66). Trayectoria que se remonta a los conjuntos “Los Andes” de Fermín Bereterbide en Buenos Aires y “El Silencio” de Carlos Raúl Villanueva en Caracas, en los treinta y cuarenta (67), y llega a nuestros días con las intervenciones en los barrios populares de Tepito y Colonia Morelos de Ciudad México después del terremoto de 1985; las viviendas de los barrios marginales diseñadas por Víctor Pelli en Resistencia; de Carlos González Lobo en la suburbia mexicana; el rescate de la socialidad popular en los duros bloques del “23 de Enero” en Caracas, proyectada por Jorge Rigamonti; las obras en las áreas marginales de San Pablo dirigidas por Nabil Bonduki (68); el plan Río-Favela llevado a cabo por Sergio Magalhães en la capital carioca. Es el intento de articular el entendimiento entre poder político y ciudadanía, entre las decisiones en el vértice y la participación popular que llevan a cabo los municipios, en el nuevo papel desempeñado frente al distanciamiento del estado central comprometido con políticas globalizadoras: las gestiones de Mariano Arana en Montevideo, Rubén Martí en Córdoba, Ronald MacLean Abaroa enLa Paz, Jaime Lerner en Curitiba, Luiza Erundina en San Pablo, Luiz Paulo Conde en Río de Janeiro, João Sampaio en Niterói, entre muchos otros en el continente.. Es el deseo de actuar en la periferia y romper con la ancestral división entre cualificación del centro con el diseño “culto” y el anonimato estético del suburbio que aparece en los centros distritales, culturales y sanitarios de Córdoba y La Paz. Es la aspiración de salvaguardar el centro histórico como memoria imborrable de la comunidad, llevada a cabo en La Habana, San Juan de Puerto Rico, Quito, Bogotá o Salvador; o mantener la vitalidad social y cultural de la city, como ocurre en Córdoba, en el Puerto Madero de Buenos Aires y en la Avenida Bolívar de Caracas.
No es el Venceremos de los agentes del gran capital, de las decisiones empresariales impuestas desde arriba por los managers: Gerald D. Hines, Donald Trump, Robert Davis, Lee Kuan Yew, Jean-Paul Baietto, Edgar Bronfman, cuyos recursos financian las obras de Koolhaas, Pelli, Pei, Foster, Gehry, Johnson y SOM. Es el Venceremos de quienes creen que la globalización comienza desde abajo (Milton Santos) (69), del clamor de las masa urbanas, deseosas de ambientes citadinos humanizados, bellos y funcionales. Lograr las aspiraciones de Jorge Enrique Hardoy, al decir: “Debemos buscar ciudades en que la solidaridad, la confianza y la alegría se extiendan, basadas en la libertad, la igualdad y el diálogo”(70). Para ello es necesario unirnos y luchar, en este “siglo del viento”, en esta década marcada por la apatía y el egoismo (71), por el derecho a la ciudad, el derecho a la felicidad de todos de los habitantes de nuestras metrópolis latinoamericanas.

ROBERTO SEGRE | PROURB | FAU | UFRJ, Rio de Janeiro, noviembre de 1996.

CITAS
1) C. Serra, F. Samaniego, “La arquitectura humana, social y política desborda el final del congreso de la UIA”, El País, La Cultura, Madrid, 7/7/1996, pág. 32.
2) Roberto Segre, “Cronología de la Revolución cubana referida a la arquitectura (1953-1969)”,en Ensayos sobre arquitectura e ideología en Cuba revolucionaria, Centro de Información Científico y Técnica, Universidad de La Habana, La Habana, 1970, pág. 100 y sig.
3) Se trata de la crisis creada en el CIAM 9 por el Manifiesto de Doorn, elaborado por los jévenes Peter Smithson, Jacob Bakema, Aldo van Eyck y otros. Ver: Joan Ockman, Architecture Culture 1943-1968. A Documentary Anthology. Columbia Books of Architecture, Rizzoli, Nueva York, 1993, pág. 181.
4) Fernando Salinas, “Hacia una arquitectura dialéctica” (1966), en Carlos Véjar Pérez-Rubio, Y el perro ladra y la luna enfría. Fernando Salinas: diseño, ambiente y esperanza, UAM, UNAM, UIA, México, 1994, pp. 107/126.
5) Alejo Carpentier, Conferencias, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1987, pág. 60. El escritor cubano afirma que el siglo XX se inicia en 1917 con la Revolución de Octubre.
6) Eric Hobsbawm, La era de los extremos, Michael Joseph, Londres, 1995. 
7) Peter L. Berger, “Sociología: um desconvite ?”, Diálogo No. 1, Vol. 27, Rio de Janeiro, 1994, pp. 38/42.
8) Peter Lang, Mortal City, Princeton Architectural Press, Nueva York, 1995, pág. 56.
9) Alan Balfour, Berlin. The Politics of Order, 1737-1989, Rizzoli, Nueva York, 1990, pág. 253.
10) Luis Fernández Galiano, “Berlín Analgésico”, A&V, Monografías de Arquitectura y Vivienda No. 50, “Berlín Metrópolis”, Madrid, 1994, pág. 2; Fritz Neumeyer, “OMA’s Berlin: The Polemic Island in the City”, Assemblage, A Critical Journal of Architecture and Design Culture No. 11, MIT Press, Cambridge, abril 1990, pp. 37/53.
11) Saskia Sassen, “Border-analítico tierras: economía y la cultura en la ciudad global”, Documentos de Columbia Arquitectura y Teoría de la Universidad de Columbia, Nueva York, 1993, pp 5/23.. 
12) Oliver Mongin, alrededor de la tercera ciudad?, Hachette, París, 1955 pág. 54. 
13) Françoise Chaslin, “En las ciudades crepusculares. De “Blade Runner” a “Brazil”, Arquitectura Viva No. 7, Madrid, septiembre, 1989, pág. 10.
14) José Wilker, "La similitud de los santos y Schwarzenegger," Jornal do Brasil, Quaderno B, Río de Janeiro, 10.22.1996, p. 10. 
15) Mike Feathestone, Cultura de consumo e pós-moderno, Studio Nobel, San Pablo, 1995, pág. 142.
16) Ignasi de Solá-Morales Rubió, "A arquitetura na cidade", Projeto Design No. 197, San Pablo, junio 1996, pp. 58/59. 
17) UIA Barcelona 96, Presente y futuros. Arquitectura de las ciudades, Centro de CulturaContemporánea de Barcelona, Colegio de Arquitectos de Cataluña, Barcelona, 1996.
18) Luis Fernández Galiano, “Apolíneos y dionisíacos ante la arquitectura de masas. Cinco tesis en veinticinco párrafos”, en UIA Barcelona 96, op. cit., pp. 110/113.
19) Frederic Jameson, espacio e imagen. Las teorías de los posmodernos y otros ensayos, Organización y traducción Ana Lucia Almeida Gazzola, Editora UFRJ, Río de Janeiro, 1995, p. 93. 
20) Peter Noever (Edit.) El Proyecto de La Habana. Arquitectura Una vez más, Prestel, Munich, Nueva York, 1996. 
21) K. Michael Hays, Modernismo y el posthumanismo Asunto. La arquitectura de Hannes Meyer y Ludwig Hilberseimer, The MIT Press, Cambridge, 1995, pág. 286. 
22) James Holston, "espacios de ciudadanía insurgentes", Revista de la Histórico y Artístico N ° 24, "Ciudadanía", Río de Janeiro , 1996, pp. 243/253. 
23) Lebbeus Woods, “Freespace y la tiranía de los tipos”, en Peter Noever (Edit.) El fin de la arquitectura ?. Documentos y manifiestos: Viena Conferencia Arquitectura, Prestel, Munich, Nueva York, 1993, pp 85/95.. 
24) Peter Noever “el tema”, op. cit., pp. 9/10. 
25) Jerôme Bindé, "Cumbre de la Ciudad: Lecciones de Estambul" Futuribles, Análisis y Perspectiva N ° 211, París, Julio / Agosto 1996, pp. 77/95. 
26) Françoise Choay, "El reino de lo urbano y la muerte de la ciudad", en Jean Alain Dethier no Guiheux ciudad. Arte y arquitectura en Europa, 1870-1993. Ediciones del Centro Georges Pompidou, París, 1994, pp. 26/35. 
27) Josep María Montaner, Después del Movimiento Moderno. Arquitectura de la segunda mitad del siglo XX, G. Gili, Barcelona, 1993; Alexander Tzonis y Liane Lefaivre, La arquitectura en Europa desde 1968, Ediciones Destino, Barcelona, 1993; Kenneth Frampton, Studies in Tectonic Culture. The Poetic of Construction in XIX and XX Century Architecture, MIT Press, Cambridge, 1995.
28) Roberto Segre, Historia de la arquitectura y del urbanismo. Países desarrollados. Siglos XIX y XX, Instituto de Estudios de Administración Local, Madrid, 1985, pp. 173 y sig.
29) Exposición Internacional de la Construcción, Berlín, 1987, Informe del Proyecto, IBA de Berlín., 1987 
30) “Alojamientos. De Barcelona a Tenerife: casos urbanos”, Arquitectura Viva No. 49, Madrid,julio/agosto, 1996.
31) Maurice Culot, Jean-François Lejeune, de Miami. Arquitectura de los trópicos, Princeton University Press, Nueva York, 1993. 
32) Peter Calthorpe, el siguiente metrópolis americanas. La ecología, la Comunidad y el sueño americano, Princeton Architectural Press, Nueva York, 1993. 
33) Richard Ingersoll, "The Horizon Perdida de la nueva ciudad: Los Woodlans y Almere en la inmensidad de metro", Casabella No. 614, Año LVIII, Milán, julio / agosto de 1994, pp. 22/35. 
34) Joel Warren Barna, Los años Ver-parabólicos. Creación y destrucción en Texas Arquitectura y los inmuebles, 1981/1991, Rice University Press, Houston, 1992, pág. 185. 
35) Roberto Segre, Arquitectura y urbanismo de la Revolución Cubana, Nobel, San Pablo, 1987, p. 193. 
36) Karrie Jacobs, “Afterutopia”, Metropolis No. 3, Nueva York, marzo, 1994, pp. 45/67.
37) Charles Jencks, William Chaitkin, Arquitectura Hoy en día, Harry N. Abrams, Nueva York, 1982; Charles Jencks, el nuevo Modernos. A partir de finales de neomodernismo, Rizzoli, Nueva York, 1990. 
38) Joaquín Casariego Ramírez, “Sobre el espacio y la post-modernidad. Una reflexión desde la experiencia norteamericana”, Ciudad y Territorio. Estudios Territoriales No. 106, Epoca III, Madrid, invierno 1995, pp. 877/896.
39) Le Corbusier, Urbanisme, Editions G. Cret, París, 1924, pág. 163.
40) Rem Koolhaas, Delirius Nueva York. Un manifiesto Reatroactive para Manhattan, Monacelli Press, Nueva York, 1994, pág. 235. 
41) José Luis Mateo, “El crecimiento de las ciudades: el modelo NAC”, Arquitectura COAM No. 295, Año LXXIII, Madrid, marzo 1993, pp. 26/32.
42) Mary McLeod, “Arquitectura y Política en la Era Reagan: De posmodernismo al deconstructivismo”, el Montaje. Un crítico Diario de Arquitectura y Diseño Cultura Nº 8, Cambridge, febrero 1989, MIT Press, págs. 23/59. 
43) Joel Garreau, Edge City. La vida en la nueva frontera, Doubleday, Nueva York, 1988. 
44) Mike Davis, City of Quartz. Excavación del futuro en Los Ángeles, Vintage Books, Nueva York, 1992, pág. 18. 
45) Marc Augé, Hacia una antropología de los mundos contemporáneos, Gedisa Editorial, Barcelona, 1995, pág. 147.
46) Lars Lerup, “Stim y Escoria: Repensar la metrópoli”, amontonamiento. Un crítico Diario de Arquitectura y Diseño Cultura N ° 25, Cambridge, diciembre 1994, MIT Press, pp. 82/101. 
47) “Your Electronic Future”, Newsweek No. 6, Nueva York, junio 1994; “To Our Readers”,Time No. 18, Vol. 148, Nueva York, 21/10/1996, pág. 2. Según Jencks el “homo sapiens”se ha convertido en el “homo cyborgs”, Charles Jencks, The Architecture of the Jumping Universe, Academy Editions, Londres, 1995, pág. 7. Ver también, Neil Postman, Technopoly. The Surrender of Culture to Technology, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1992.
48) Mike Davis, op. cit., pág. 4.
49) Es la polémica desencadenada entre Vittorio Magnano Lampugnani, defendiendo la continuidad del tejido urbano y Daniel Libeskind, en pro de la fractura, en A&V, Arquitectura y Vivienda No. 50 (1994), Madrid, pp. 100/111.
50) Luis Fernández-Galiano, “Gran Escala”, Arquitectura Viva No. 39, Madrid, noviembre/ diciembre, 1994, pág. 3.
51) Rem Koolhaas, “Operaciones Urbanas”, Documentos de Columbia Arquitectura y Teoría de la Universidad de Columbia, Nueva York, 1993, págs. 25/57. 
52) Angelique Trachana, “Estrategias metropolitanas”, Astralago. Cultura de la Arquitectura y de la Ciudad No. 2, Madrid, marzo 1995, pp. XIX/XXXIV.
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